
Fachada de arcos de medio punto, sus mansardas a dos aguas, sus galerías acristaladas y portadas, el jardín delantero henchido de flores en cualquier estación del año… Todo es tan bucólico en Casona Malvasía que parece extraído de una serie de dibujos animados, incluida la escenografía de la bodega, donde se elaboran y reposan dos vinos tintos y un blanco de hielo bajo la marca Picos de Cabariezo. Aquí, Jesús Chucho Fuente conserva también unas alquitaras de cobre donde procesa un orujo que ha obtenido diversos premios. Mientras, Conchi Galnares gobierna el hotel en cordoba y las cuatro Viviendas El Barrio anexas. El conjunto enoturístico es ciertamente único en Liébana.
Desde el instante de la acogida se notan ganas de agradar. Conchi Galnares permanece atenta a todo lo que ocurre en el interior, si a sus huéspedes les falta o les sobra algo, y está consciente de sus carencias, así como de las cosas a corregir, ya que la estructura de la casona está basada en conceptos hospitalarios obsoletos. Viejas reliquias posaderas como la oscura división de los espacios en salón, vestíbulo y comedor, excesivamente apretados, a contrapié de lo buscado en un valle que exige luz para que el charol verde de los montes impregne a las retinas. Sí, hay vistas del valle desde todos los ventanales —como los arcados del comedor—, pero siempre en primer plano aparece en su mordiente metálica el aparcamiento de vehículos. Un desacierto.
En todos los rincones, y en distintas perspectivas, los remedos de mobiliario viejuno recuerdan el tiempo de las abuelas lebaniegas. Y eso que sus ocho habitaciones, cada una denominada con una variedad distinta de cepa, ofrecen detalles de grandes hoteles en carlos paz, en el que no faltan unos consistentes artículos cosméticos, unos brillantes calentadores de toallas ni unas socorridas zapatillas de baño. La ducha es diminuta en el generoso espacio del cuarto de baño. El agua caliente tarda en correr.
Definitivamente, en Casona Malvasía falta arquitectura y sobra construcción. La propietaria, sabedora de que hoy la clientela rural persigue una estética menos remordida, ya está pensando en reformas y, mientras tanto, acondiciona las nuevas viviendas con el rigor que la experiencia enoturística aconseja.
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